Por Julián (10/ene/2003)
Hola, Brunet:
Efectivamente, han pasado más de 10 años desde aquellos memorables días en
que NO me encontraste en la morgue del DF, pero aún lo recuerdo como si
hubiese sido ayer. Creo que lo menos que puedo hacer es contarte la historia
completa. No puedo poner esta carta en el grupo Eicisoft porque algunos de
sus integrantes (como Homs y Rita) están en Cuba y no es que ellos no puedan
verla sino pueden resultar perjudicados por los "otros ojos" que también ven
las cosas que llegan allá.
No sé exactamente cómo fue la maniobra de Marco, algún día se lo preguntaré,
pero me parece claro que existía alguna persona que lo ayudaba allí en
Méjico. ¿La propia familia del ingeniero, quizás? Como en Cuba nada es lo
que parece y casi nada de lo que se dice es cierto, era imposible prever
cómo reaccionarían Sergio y tú cuando descubrieran mi desaparición. En el
caso tuyo me atrevía a suponer que armarías el alboroto reglamentario y
demorarías la búsqueda lo suficiente como para que me diera tiempo de
escapar. En el caso de Sergio, con el que compartía piso, ya no estaba tan
seguro. Después de todo, era militante y, en el mejor de los casos, la
diferencia entre lo que "hubiera querido" hacer y lo que "no iba a tener más
remedio" que hacer podía ser muy grande. La actuación posterior del
innombrable y Juan Fernández, según la escueta versión que tengo de los
hechos, confirma mis temores.
Casi en los últimos días tuve confirmación de que, efectivamente, podía
partir. Que me pusieran el pasaje por Iberia era trivial, pero el visado de
la embajada española parecía imposible porque se necesitaba un papel del
Ministerio de Gobernación (no recuerdo si de llamaba así) de México. Como
eso, a todas luces, no era posible, yo casi había desistido de la idea, y
toda la pacotilla (CDs, libros, juguetes, etc) era auténtica, no una
maniobra diversionista. Pero la posibilidad no se había cerrado y yo lo dejé
todo en manos de Dios. Si su voluntad era que yo me fuera, el camino se
abriría. Por mi parte, me costaba dormirme por las noches, porque irme era
alejarme de todo, de muchas cosas para siempre y de otras (como Felicia e
Indira) por un tiempo imposible de prever.
Y el camino se abrió. Intercedió, desde España, un señor ya jubilado al que
todos los embajadores conocían, pues durante mucho tiempo fue jefe de la
diplomacia española, y el embajador me concedió el visado.
El pasaje me lo sacaron para un sábado, pero el avión salía tardísimo,
después de las diez de la noche, si no recuerdo mal. Esto constituía un gran
problema. En la carta de despedida de Marco recuerdo que decía "no me
busquen, porque no me van a encontrar". No sé si eso sería cierto o no, pero
en el caso mío, si me buscaban SI me iban a encontrar, porque iba a estar
varias horas empantanado hasta la salida del avión.
Por tanto, era necesario enmascarar lo más posible mi partida para que,
cuando comenzaran a buscarme, ya yo estuviera en España. Favoreció mucho el
hecho de que ese día Sergio hiciera una gran excursión con su novia. Así que
lo primero que hice fue ir a Gigante, hacer la compra de la semana y ponerla
en la nevera. Creo recordar que también tendí alguna ropa lavada, pero ya de
eso no estoy seguro. Lo siguiente era que todas mis cosas siguieran en la
casa, porque el axioma de que un cubano jamás deja atrás la pacotilla es
inviolable y eso sería lo que más despistaría. Por último, dejé cerrada la
puerta de mi habitación. Si Sergio no la abría al llegar (nunca lo hacía),
como no había nada sospechoso en la escenografía, pensaría que estaba
durmiendo. Si la abría podía pensar que yo había ido al cine, cosa que a
veces ocurría. En medio de esta escena tan cuidadosamente montada, dejar una
carta de despedida a lo Marco, era absurdo.
A media tarde, para hacerlo antes del regreso de Sergio, partí hacia el
aeropuerto con lo puesto. Sólo llevaba mi portafolios con los documentos y
un libro para leer. Analizándolo retrospectivamente creo que hubiese sido
posible llevar un maletín con algunas cosas, pues nadie conocía un
inventario exacto de mis pertenencias, pero en momentos como ésos uno está
tan nervioso que no puede hacer ese tipo de razonamiento: la paranoia es
excesiva.
Las horas de espera hasta la salida del avión se cuentan entre las más
angustiosas de mi vida. Estaba cagado. Miraba a toda la gente que pensaba y
temía que en cualquier momento se apareciera un seguroso a cogerme. Cuando
por fin llegó el avión y pasó el momento de angustia de si aceptarían o no
mi pasaporte visado y me dejarían o no subir a él, resulta que el vuelo se
retrasó más de media hora y hasta llegué a pensar que era por mí y subiría
alguien a bajarme.
Por fin aterricé en Madrid. Sólo llamé a Felicia y le dije escuetamente
dónde estaba (era la única que siempre lo supo y en las conversaciones con
ella a lo largo del proceso le pasaba los adelantos u obstáculos en clave).
La gente me siguió metiendo miedo y me recomendó no revelar mi paradero
hasta no haber hecho la solicitud de asilo, pues sólo entonces estaría bajo
la protección del estado español. Mientras tanto, nunca me movía solo.
Siempre me acompañaba un par de compañeros de trabajo.
Y entonces llegó la llamada desde Eicisoft, supuestamente de Felicia y la
recepcionista me la pasó, con lo cual ya todo fue revelado sin que fuese
necesario el consenso de los que opinaban que aún no debía hacerse. Me pesa
decirlo, pero, de no ser por esa llamada, la lamentable búsqueda por las
morgues y hospitales se habría prolongado aún más, cierto es que
innecesariamente.
De Eicisoft, esta historia detallada sólo la conocía hasta ahora Jafet, que
ha estado un par de veces en mi casa aquí, en dos viajes que ha hecho a
España. Quizás él la haya contado a alguno más. De todas formas, aquí queda.
Aunque no ponga esta carta en el foro, aprovecharé para que la vean Mandy,
Marco y Viciedo, pues les puede interesar y no están en "zona peligrosa".
Julián
Historias de una empresa Cubana de Informática de finales del siglo XX
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